Hace unos días, el domingo 16 de agosto se cumplieron 7 años de uno de los momentos más dolorosos de mi vida (sino el que más). Hace 7 años me realizaron un legrado porque el corazón de mi preciosa bebé de 14 semanas de gestación había decidido dejar de latir.
No había sido mi primer embarazo. Tengo un maravilloso hijo de 15 años que se ha desarrollado perfectamente, sin señales de ser hijo de mamá con diabetes, sano y saludable. Lo confieso, más de una vez le he checado la glucosa en ayuno, especialmente si escucho que se levanta al baño por la mañana y he estado tentada a ponerle un sensor. Su alimentación y rutina son como la de cualquier niño sin hacer tanto énfasis en la prevención de diabetes porque, lo acepto, en casa se han hecho propios y nada extraños los hábitos de alimentación, ejercicio y relajación que tanto se recomiendan para prevenir la diabetes. Esto lo agrego porque como mujer con diabetes “debo” de hacer hincapié que mi hijo está sano y que no ocasioné ninguna alteración en su cuerpo por tener diabetes durante el embarazo (una de las cargas extras de ser mujer con diabetes)
Escribo sobre este tema que me cuesta bastante primero porque me sirve de catarsis y segundo porque la semana pasada, platicando con Mariana y Daniela descubrí (como ya lo imaginaba) que no era la única que había pasado por ello y sin embargo nadie habla de ello.
Reflexioné las razones. La principal y muy valida es el dolor que aún nos pega. He descubierto que cada año, a la misma fecha y sin un recordatorio previo me enfermo sin razón aparente (este año no fue la excepción pero con aquello del COVID19 si me ocasionó miedo). Para mi es una señal de que el dolor en mi alma es tan fuerte que permea hasta el cuerpo.
La segunda razón que aunque puede ser genuina, creo que no es tan válida porque estamos ocultando algo que pude pasar a cualquier mujer, que puede no tener relación con el manejo de la diabetes pero que, además es un proceso muy solitario donde nos llenamos de culpas y millones de preguntas de las que en su mayoría sobresale la diabetes. Supongo que eso pasa en cualquier mujer que ha tenido una perdida sin embargo, cuando vives con diabetes el problema es que “vives con diabetes”.
No quieres decir nada porque simplemente NO quieres escuchar lo que viene detrás de lo que para ti sería un desahogo y encontramos comentarios como: “es que tienes diabetes”, “seguramente no tenias bien controlada la glucosa”, “es que no te cuidaste” “para la próxima considera usar monitor de glucosa continuo” (la mayor parte de las veces el problema no es querer usarlo, es la falta de recursos para obtenerlo) y no solo para nosotros sino para la familia “cómo dejaste que se embarazara si tiene diabetes” “quizá el bebé venia con diabetes” o (no fue en mi caso pero si llegue a escucharlo de una paciente cuya familia le dijo a su esposo) “para qué te casaste si tiene diabetes, ella no va a poder tener hijos”. Cuando imaginamos que viene esa lluvia de comentarios entonces callamos. No vale la pena exponer aún mas nuestra alma destrozada por esas palabras que para nosotras significan tanto. Se equivocan quien piensa que el saber que estábamos embarazadas no implicaba aún mas cambio y ajuste en nuestra ya estructurada vida, en muchos casos incluso hubo meses de preparación y niveles de glucosa agotadoramente perfectos.
Perder un bebé es uno de los tabúes más grandes de la diabetes y muchas veces no tiene NADA que ver con la diabetes. Tienen que ver con tu cuerpo, con la evolución del bebé, situaciones biológicas como en cualquier mujer y con algo que llamo “suerte”. No hay explicación y no deberían haber culpas. No debería haber comentarios (como tantos que rodean a la diabetes) bien intencionados que lastiman hasta el hueso. No deberían haber pero… los hay y es necesario que lo hablemos. Ir creando consciencia en ello y para que menos mujeres sean las que se culpen por tener diabetes y ser esa “causa extra” de la perdida de un bebé. Que sean menos las mujeres que se disculpen por haber perdido un bebé que deseaban con el alma y el corazón y exista más acompañamiento y apapacho en esos momentos complicados.
Existe el riesgo, como en toda mujer, con o sin diabetes aún a pesar de tener un adecuado manejo de las glucosas y es una realidad que, aunque nos guste o no, está presente.
En nuestro caso hemos ido avanzando pero aún no estamos sanados (y mi malestar de cada año lo dice). No solo yo como mujer sino mi esposo y mi hijo. A los tres se nos rompió la ilusión pero tenemos claro que no fue la diabetes lo que hizo que eso pasara fue la vida, porque… la vida pasa. Tenemos claro que todo pasa por algo y que nuestra pequeña Maia (ese era el nombre con el que le hablábamos y en la ilustración la mostramos como un sol que nos ilumina) está con nosotros en nuestro corazón, que fue y siempre será muy querida.
La vida sigue y la habitación que teníamos destinada para ella que durante años había estado vacía y llena de polvo se ha convertido en la oficina de mi marido ahora que hace home office. La recordamos y nos recuerda que hay que seguir adelante eliminando tabúes y hablando de aquello que nadie habla pero muchos viven cuando se tiene diabetes.
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