Hace unos días me descubrí contestando un mensaje con la frase "perdón por responder hasta ahora, se me llenó la vida de diabetes" y eso me hizo reflexionar un poco sobre mi vida y cómo, sin quererlo, se fue llenando de diabetes.
Tanto así que hoy, 24 de noviembre y siendo el día en que cumplo 27 años desde mi diagnóstico en 1995, me doy cuenta que no he escrito bien lo que sucedió, tanto en los días previos como en los posteriores.
Hoy, justamente, que coincide con ser el día de acción de gracias en los Estados Unidos, quiero aprovechar para hacerlo y sobre todo, agradecer a la persona que ha hecho posible que mi vida exista después de mi diagnóstico. Su nombre: Martha Ochoa.
Pero me estoy adelantando. A inicios del verano de 1995, cuando yo tenía 16 años, se me ocurrió que sería bueno estudiar inglés viviendo de intercambio en Estados Unidos, algo que había hecho mi hermano y algunos de mis primos. A algunos les había ido bien y a otros no tanto ya que, vivir con una familia a quien no conoces en ocasiones puede ser complicado. A mi hermano le había ido maravillosamente y yo quería, como él, vivir la experiencia y sí, lo acepto, esperaba salir un poco de la casa de mis papás. ¡Adolescente a fin de cuentas! Sí, esa etapa donde uno siente que puede con todo.
Quedaba poco tiempo para poder entrar en el proceso pero lo logré casi al final: ¡Una familia en el norte de Florida me había aceptado! Sin conocerla, ni haber hablado jamás con ellos y bajo el respaldo de la compañía de intercambio, hicimos maletas y comencé una aventura que iba a cambiar el resto de mi vida.
La "familia" con la que me quedé no era la "tradicional", habían ciertas situaciones que años después descubrí que no eran adecuadas, como el hecho de que me hubieran sacado sin autorización de mis papás el SSN (Social Security Number) que es un número único con el que te identifican para toda la vida. Los estudiantes de intercambio no requieren de ese documento. Entre esas cosas y otras tantas que sucedían no me sentía muy cómoda, sin embargo, al comentar con la organización de intercambio me decían que era "home sickness" que significa algo así como "extrañar la casa" y que era "normal". Pasó septiembre, octubre y a inicios de noviembre pensé que eso ya no era "extrañar mi casa", algo estaba mal y no me iba a esperar. Así que, en una de las llamadas que tuve con mis papás (para facilitar la transición y evitar la nostalgia se recomendaba que las llamadas fueran una vez cada 15 días cuando mucho), les comenté que estaba buscando cambio de casa y que ya tenía una familia con quien me podría mudar. El respaldo de mis papás fue inmediato, así que comencé con los trámites.
Para ese entonces noté algo más, algo que tampoco estaba bien: Me sentía muy agotada. Asumí que era el estrés de la situación, así que intentaba salir a correr un poco todos los días y descubrí que eso me hacía sentir un poco más animada. Pero no era todo, sentía mucha sed, hambre y claro, iba al baño muy seguido e incluso me levantaba varias veces por la noche para hacer pipí. Era sumamente incomodo. Recuerdo haberles comentado a mis papás en una de las llamadas que estaba tomando mucha agua, por lo cual me felicitaron porque claro, siempre he sido muy mala para tomar agua.
· "Lo malo es que voy mucho al baño" - les dije.
· "Claro, si tomas mucha agua lo lógico es ir más al baño" - me respondieron.
La lógica era clara, lo que no podían ver con la distancia era que cada vez estaba más delgada. Justo me había tomado unas fotos en la escuela que emocionada les había enviado pero no habían visto todavía. La correspondencia tardaba en llegar un mes aproximadamente, así que esas fotos con mis 35 kilogramos de peso llegaron después de mi diagnóstico.
El malestar continuaba y cada vez sentía menos energía para correr. Tenía algo pero no sabía qué era. Cada día llegaba a la escuela y me dormía en clase, despertaba con el timbre de cambio de clase, tomaba agua, iba al baño y volvía a dormirme. Buscaba la estrategia para hacer más eficientes mis tiempos, sobretodo cuando iba a la clase de arte que quedaba fuera del edificio principal.
La verdad no sé si alguno de mis amigos o maestros de la escuela notaron algo raro, si así fue, jamás me lo dijeron. Lo único cercano a la palabra "diabetes" fue un oftalmólogo que, al revisar mis ojos porque veía borroso, me preguntó:
· "¿Y, tienes diabetes?"
· A lo que yo le respondí sin dudar "¡claro que no!, nadie de mi familia tiene eso".
Pero nunca se les ocurrió revisar mi glucosa. No sé si las personas con las que me quedaba (la primera "familia") notaron algo, porque ella era enfermera y seguro algo de diabetes sabía. Un día, poco después de recoger mis lentes nuevos, regresé de la escuela y la señora de la "familia" me llamó:
· "Lo hemos pensado y ya no podemos tenerte aquí con nosotros" - me dijo.
· "Pero, ¿cómo?, aún la organización no me ha dado la indicación para cambiarme y la familia con la que me voy a cambiar está de vacaciones" - le comenté (era justo la semana de acción de gracias en Estados Unidos y muchas personas aprovechan para salir de la ciudad).
· "Pues ese no es mi problema. Llama a tus papás, avísales y llama a algunos de tus amigos para que pasen por ti", dando por terminada la conversación y disponiéndose a leer el periódico.
Yo tenía 16 años y sí, aunque como mencioné al inicio, yo sentía que podía con todo, me di cuenta que estaba sola, con mis papás angustiados y lejos de mí. Tenía que encontrar una solución pronto.
Meses antes había conocido a una mujer maravillosa mientras asistía a la iglesia. Ella tenía origen hispano, que digo hispano... ¡Martha tenía origen Mexicano!. Después de misa se acercaron a mí, platicamos y en alguna ocasión me invitaron a pasar un domingo con ellos. En mi mente no se me ocurrió nada más que llamarle. En realidad no sabía dónde vivía ni cuanto tardarían, solo recuerdo que me dijo ¡vamos para allá!.
Fui a mi habitación donde prácticamente ya tenía todo listo para mí mudanza. Me aseguré de tener mi pasaporte y mi visa. En la casa de la primera "familia" también vivía una sobrina de la señora de la "familia" quien, al enterarse que me iba, comenzó a aventar cosas. Yo me encerré en el cuarto mientras ella pateaba mi puerta. También vivía Nancy, una señora muy amable, delgada y con gran corazón que rentaba una habitación de la casa. Nancy me abrazó y me tranquilizó un poco.
Salí de mi habitación preocupada. No sabía si Martha y su familia encontrarían la casa. Me dirigí hacia la cocina ya que para poder salir a la calle tenía que pasar por ahí. Quería salir por si fuera necesario hacer señales en el caso de que Martha llegara, no era tan tarde pero ya no había luz suficiente. En la cocina estaba el señor de la "familia", limpiando su rifle. Esa imagen me paralizó, creo que nunca me había dado cuenta del riesgo que corría ¡nunca había visto un rifle en mi vida!
Decidí regresar a mi cuarto a encerrarme cuando escuché un coche llegar. Mi corazón palpitaba rápidamente pero mi mi cuerpo pudo respirar. El primero en entrar fue Jorge, papá de Esteban y Vanessa hijos de Martha. Jorge estaba a cargo de la cárcel de mujeres del estado de Florida, era, para mí muy alto y corpulento y seguramente también lo fue para el señor de la "familia" quien, al verlo, simplemente guardó el rifle y se metió a su cuarto. Martha le seguía, me abrazó y me preguntó si estaba lista para irme.
¿Lista? ¡Listísima!. Fui a mi habitación donde encontré a Nancy que me dio un pequeño papel donde estaba su PO.Box para poder seguir en contacto. La abracé y me fui. Martha probablemente intercambió algunas palabras con la señora de la "familia" pero no estoy segura, y la verdad, tampoco me interesaba. Solo quería irme.
Llegar a la casa de Martha fue realmente un respiro. Recuerdo el calor que sentí al cruzar la puerta, los mágicos olores a esa comida del "Día de gracias" que Martha preparaba y ese gran abrazo que me dio Esteban al verme. Sentí que había llegado realmente a un hogar.
Recuerdo poco del día de gracias, seguía estando cansada pero muy feliz. Recuerdo haber hablado con mis papás y escucharlos más tranquilos, especialmente porque podían entenderse con Martha en el mismo idioma. Recuerdo esa maravillosa mesa servida con un enorme pavo, puré de papas y ese pay recién salido del horno. Lo malo, no tenía hambre. Todo ese apetito que había sentido en días anteriores simplemente había desaparecido así que comí poco. Además, sentía que me estaba enfermando, mi garganta ardía con tan solo pasar saliva.
Al día siguiente, el malestar en la garganta continuaba. Estábamos todos juntos viendo películas y le comenté a Martha lo que sentía, solo el dolor de garganta porque los otros síntomas aunque eran raros no lograba identificarlos.
· "Martha, ¿tendrás algo de miel y limón para mi garganta?. Me arde mucho" le dije. Un remedio para el ardor de garganta en México es tomar miel con limón y sabía que Martha, por tener raíces mexicanas no me juzgaría por ello.
Cuando me dio la cuchara y el platito con miel y limón comencé a notar que estaba temblando.
· "Mira Martha", le dije mientras le mostraba la cuchara en mi mano.
· "¿Está sucia la cuchara?", preguntó.
· "No, estoy temblando", respondí.
Acto seguido Martha se levantó y nos subimos a la camioneta. Esteban y Vanessa se quedaron con sus abuelitos que se encontraban de visita mientras nosotros nos disponíamos a buscar a un médico. Al ser el día después del "Día de gracias" prácticamente todo estaba cerrado así que Martha decidió llevarme al hospital.
No era un hospital infantil o que tuviera un área pediátrica. Solo era la sala de urgencias. Recuerdo poco, recuerdo cabecear en el camino tratando de mantenerme despierta, ¡estaba realmente agotada!.
No sé en realidad cómo me habrá visto Martha o qué paso por su cabeza para llevarme al hospital en ese momento pero esa decisión me salvó la vida.
En el hospital, perdí la noción del tiempo, solo recuerdo que me pasaron a un cuarto en urgencias donde me hacían preguntas que mágicamente respondía en inglés. En realidad no sabía que sabía hablar tanto inglés como para contestar, supongo que mi subconsciente si había aprendido. No encontraban nada raro o algo que reflejara lo que tenía, el paso siguiente era hacer una punción lumbar. En eso entró una enfermera corriendo diciendo algo de la glucosa.
A partir de ahí no recuerdo más, así que lo que cuento a continuación son las versiones que me contaron cuando desperté del coma después de unos días.
Mis resultados de laboratorio indicaron glucosa en 1156mg/dL. Sí, ¡1 156!
Los valores de alguien que no vive con diabetes son 80-100 mg/dL así que estaba muy, pero muy por arriba de lo "normal", aunque en aquél entonces la cifra para diagnóstico de diabetes era tener una glucosa arriba de 150 mg/dL, sí, la diabetes ha avanzado en estos 27 años.
Los médicos sabían lo que estaban enfrentando, así que se lo comunicaron a Martha e intentaron comunicarse con mis papás. Claro, la barrera no solo del lenguaje sino de los términos médicos se hizo presente. Llamaron a mis papás y mi hermano sirvió de traductor. Demasiada información, demasiada emoción.
· "¡Ginny (como me dicen de cariño) está en el hospital!, está en coma, necesitan ir de inmediato. No nos pueden asegurar si la podremos ver con vida pero de cualquier forma alguien necesita ir a Florida", fue lo que mi hermano logró traducir a mis papás.
No quiero ni imaginar la tormenta de emociones que mis papás pudieron sentir, ¡y tan lejos!. A unas casas de la casa de mis papás vivía mi prima Vicky y su esposo Augusto. Augusto es médico así que corrieron a su casa para qué él pudiera hablar como médico con los doctores que me atendían en Estados Unidos y poder conocer un poco más sobre mi estado de salud.
Augusto se comunicó con la enfermera responsable quien le transmitió el diagnóstico: CETOACIDOSIS DIABÉTICA con una glucosa de 1156 mg/dL que, afortunadamente, a esa hora de la noche se empezaba a controlar. Mis papás fueron informados que posiblemente yo permanecería en terapia intensiva durante 72 horas.
· "¿Diabetes, cómo?". Tantas preguntas surgieron entre mis papás, confusión, miedo y culpas.
· "¿De dónde?, ¿por qué?", se escuchaba decir en las conversaciones con la familia cuando se dio la noticia.
En ese momento no importaba nada de eso. Alguien necesitaba ir a Florida y había que hacerlo rápido. Pero rápido en ese entonces, requería mucho apoyo. Los boletos de avión, por ejemplo, no se podían comprar en internet. ¿Internet?, eso ni siquiera existía. Mis papás decidieron que era mi mamá la que tenía que viajar. Llamaron a una amiga de la familia que tenía una agencia de viajes y el viernes a media noche se encontraban buscando vuelos y conexiones para llegar a ese pueblito en medio de la nada llamado Marianna en Florida. Para llegar ahí necesitabas tomar al menos 3 vuelos.
A eso de las 2 de la mañana terminaron de hacer la compra de un vuelo que salía a las 7 de la mañana de León a la Ciudad de México para, de ahí, conectar a Atlanta y poder transbordar a Dothan, Alabama. Donde todavía tendrían que manejar una hora para llegar a donde me encontraba.
Mi mamá abordó el vuelo prácticamente sin dormir y, al llegar a la Ciudad de México, un banco de niebla impidió que el avión aterrizara. Después de algunas vueltas, el capitán determinó regresar a León.
· "Quisiera explicar cómo sentía mi corazón cuando casi se desbarataba el plan", me platicó después mi mamá.
Llegando a tierra logró hablar con su amiga de la agencia de viajes pero no había nada que se pudiera hacer. Solo tener paciencia y confiar en que se iba a solucionar.
· "¡Tenía que llegar tiempo! Sentía que se me escapaba la oportunidad de ver a mi “negrita”". Comenta mi mamá que pensó antes de volver a subir al avión.
En esta ocasión sí logró aterrizar y mi mamá tuvo que casi volar para poder tomar el siguiente avión hacia Atlanta. Otras 3 horas llenos de angustia y de deseos de llorar por la impotencia. Mi mamá no domina tanto el inglés, sin embargo, logró llegar a la siguiente conexión. Durante la espera se comunicó a Marianna donde contestó la mamá de Martha, Lupita, quien le informó que Martha la estaría esperando en el aeropuerto para llevarla al hospital. Hospital en el que no debía haberme quedado ya que no era pediátrico pero que dada mi gravedad decidieron que era mejor internarme ahí.
· "Mi angustia y dolor permanecían intensos en el embarazoso silencio del trayecto. Cualquier palabra que pronunciara o mirada que cruzara, me hacía hipersensible. Nariz roja y ojos húmedos, opresión en el pecho y "mariposas en el estómago"", me platicó mi mamá que sentía mientras se dirigían al hospital.
Tomó prácticamente 1 día para que mi mamá lograra encontrarme en el hospital y 7 u 8 días para lograr salir de ahí. Con mucha información sobre diabetes, que por cierto, no estaba en español, muchas dudas y muchos aprendizajes por venir.
Yo no sé qué sucedió por la cabeza de Martha, no sé qué fue lo que llegó a su corazón para recoger a una adolescente que apenas conocía y que la adentraría en una historia llena de estrés, incertidumbre y riesgo. Yo siempre he creído que aquí en el mundo hay ángeles que se te atraviesan en el camino y te van salvando.
Martha es para mí un ángel que la vida o Dios (o como le quieras llamar) puso en mi camino y me salvó la vida. Siempre lo he dicho y siempre lo diré. Martha se convirtió en mi mamá Martha porque sin ella, mi historia se habría quedado hasta los 16 años. Ella me ayudó a que pudiera renacer.
Mis planes de vida eran muy diferentes antes de la diabetes, en realidad, yo quería ser arquitecta. La diabetes cambió no solo mi estilo de vida, cambió mi visión y la misión de mi vida. Cosa que sin Martha no sería posible.
He mantenido el contacto con Martha durante estos años, en realidad, no sé cómo lo hace pero incluso me envió unos libros cuando mi hijo nació en España (recuerden que el internet tiene poco y todavía hace 17 años el internet no era lo que ahora es). Ahora que estamos en el mismo país, espero tener la oportunidad de abrazarla y decirle en persona todo lo que siento.
Puedo decir que Martha es una orgullosa abuelita de una preciosa niña. Que Esteban es un hombre grande que adora a su familia y Vanessa está felizmente casada y sigue siendo hermosa como siempre. Los papás de Martha siguen mostrando esa sonrisa de lado a lado y Martha, bueno, pues a Martha, quien espero que esté leyendo estas lineas tengo tanto que decirle.
Hoy, a 27 años de mi "diaversario". Hoy que justo coincide con el "Día de gracias" en los Estados Unidos quiero aprovechar para decirte Martha: ¡Gracias!. Aunque sé que estas gracias definitivamente no alcanzan a dimensionar todo lo que siento y lo importante que has sido y sigues siendo en mi vida.
Hoy quiero presumirte. Quiero que Esteban y Vanessa sepan (aún más) lo grandiosa que es su mamá. Que tu pequeña nieta se entere que su abuelita es una super heroína que salvo la vida de una persona. Que tus papás se sientan aún más orgullosos de la increíble hija que tienen.
Quiero que sepas que estoy haciendo lo mejor posible para que esa vida que salvaste tenga significado y, que el efecto que tuviste tú en mi vida, permeé en la vida de muchos más. Espero que esa vida que salvaste siga dando vida, creando conciencia y dando voz a tantos que lo necesiten.
Hoy te dedico este día de gracias a ti, Martha. Por ser ese angel y por salvar mi vida.
¡Gracias infinitas!
Bình luận